miércoles, 23 de enero de 2013

ENTRE DUNAS. (para Salvador, con todo el amor de mi desierto)


El paisaje está teñido de naranja, arena. Y negro sombras profundas y crudas como el infinito del desierto. El vacío de este espacio que acompleja y desespera que embruja y agrede por igual.
El sol se desparrama creando un paraíso tórrido, un infierno caliente sin línea en el horizonte.
La arena crea montañas, dunas, un sueño sin fin que se deforma, se deshace, se desvanece y renace.
Se desmorona y se vuelve a montar, se desdibuja y reinventa en cada paso. 

Silencio.

A lo lejos una caravana que mece a los bailarines que van a la grupa en un rítmico y arenoso paso, un vaivén que adormece el pensamiento, que despierta el alma y detiene el tiempo.
Colgado de un azul salpicado de la intensa luz que no se agota.
Todo parece no tener final ni principio, subsistiendo solo el instante que dura una huella en la arena, una gota en un trozo de tela, en este paso sin fronteras, camino sin sendero, mar sin borde ni rivera.
La arena y el sol lo desborda todo, solo hay destino, el aquí y ahora; la fría y estrellada noche da paso a historias y misterios pasados por antepasados en estos mismos caminos.
El fuego crepita y las palmeras guardan los sueños y los recuerdos que estallan en las brasas, mientras se bebe te y se comen dátiles.
Sobre el fondo el color de las telas, enmarcado, podría decorar cualquier estancia de cualquier museo.
El dorado sube y con él, la temperatura y vuelven al camino, los fardos cargados nuevamente y los hombres.

Cerca, muy cerca.
Sus turbantes oscuros de gráciles pliegues solo dejan ver unos ojos color miel, que reflejan la luz de mil fuegos, cientos de días expuestos al tórrido sol y a la fingida luna. Acostumbrados a ver mucho, a dormir poco, firmes, que guardan mil secretos y cien virtudes, enmarcados en unas profundas y bien dibujadas cejas.
La nariz recta y fina da a su rostro, semi tapado, un aire severo, tranquilo y elegante. Su piel morena torrada en mil viajes, recuerdan los tambores, las cánticos, la candela…
Enfundado a la cintura un telek, que no es más que un legado, en su hoja afilada grabado el nombre familiar.

Sueño divino que morirá nuevamente con el despertar severo de la luz diurna.

Lejos soledad.